Memorias de Antón Capitel


Memorias de Antón Capitel



(lo que sigue es un reportaje de Javier Morán publicado en el periódico "La Nueva España" de Oviedo, los días 27, 28 y 29 de mayo de 2012).




Antón Capitel, arquitecto y catedrático de Proyectos de la Escuela Politécnica de Madrid

«Si los arquitectos falláramos tanto como los economistas, sería imposible habitar edificios»

«Le ofrecí a Moneo un artículo sobre la Universidad Laboral para la revista “Arquitecturas Bis”, de Barcelona, y alguien exclamó: “¡Pues sólo faltaba publicar cosas sobre arquitectura franquista!”»


En el verano de 1964, un chaval de 17 años natural de Cangas de Onís visitó Gijón y quedó impresionado ante un edificio fuera de serie: la Universidad Laboral. Al octubre siguiente, Antonio González-Capitel Martínez –conocido como Antón Capitel, sobrenombre que también lo fue de su padre, aparejador e ingeniero–ingresaba en la Escuela de Arquitectura de Madrid y se encontraba con la sorpresa de que el autor de aquel edificio gijonés era el director del centro, Luis Moya Blanco. Pasado el tiempo, uno de sus profesores, Rafael Moneo –recién galardonado con el premio «Príncipe de Asturias» de las Artes pelearía en una revista catalana la publicación de un artículo de Capitel sobre la Laboral. «Se lo ofrecí para “Arquitecturas Bis” y alguien exclamó: “¡Pues sólo faltaría publicar cosas sobre arquitectura franquista!”». Pero el artículo fue publicado y hubo más: Moneo le propuso a aquel licenciado en Arquitectura, y ya profesor de la escuela, que escribiera su tesis doctoral sobre Luis Moya. Aquel trabajo significó la recuperación de un creador y de un edificio condenado hasta entonces al ostracismo arquitectónico. Pero la trayectoria de Antón Capitel ha sido mucho más amplia. Doctor arquitecto en 1979, alcanzó la cátedra de Proyectos de la Universidad Politécnica de Madrid, puesto docente «en el que espero llegar a los 70 años». Fue además inspector general de monumentos del Ministerio de Cultura entre 1983 y1985 y director del departamento de Teoría y Proyectos de la Universidad de Valladolid de 1989 a 1991, así como subdirector de Investigación, Doctorado y Postgrado de la U. P. de Madrid, de 1993 a 2000. Dirigió la revista «Arquitectura», del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, en 1981-1986 y 2000-2008; fue miembro fundador y consejero de redacción de la revista «Pasajes de Arquitectura y Crítica». Como profesional de la arquitectura se especializó en diseño urbano y restauración de monumentos. Entre sus obras se cuentan, en Madrid, la reforma de la Puerta del Sol, del Museo de América, de la iglesia de Montserrat (de los Benedictinos de Silos), y la construcción de centros parroquiales en Móstoles y Arroyomolinos. En Andalucía reformó los conventos de La Rábida y de Santa Clara (Moguer), y en Extremadura proyectó el Museo Arqueológico. En Asturias supervisó diversas reformas de la catedral de Oviedo y de la Colegiata de Covadonga, ya que fue arquitecto conservador del Real Sitio de 1985 a 2002 por designación del Arzobispado de Oviedo. En Asturias intervino asimismo, junto a Fernando Nanclares y Nieves Ruiz, en la redacción del Plan del Prerrománico, en los primeros años del presente siglo. «Lamentablemente, parece haber servido de poco», lamenta hoy Antón Capitel, que dicta estas «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA en tres entregas: ésta primera y otras dos, mañana, lunes, y el martes. A sus facetas práctica y docente suma su condición de ensayista, historiador y crítico, con gran variedad de artículos en publicaciones españolas y extranjeras, además de monografías sobre Moya, José Antonio Coderch, Alvar Aalto o Kenzo Tange. A la vez, es activo defensor de la Universidad española, especialmente en estos tiempos de ajustes económicos. «A los titulados españoles, y especialmente a los arquitectos, se los rifan en países como Alemania», asegura, a la vez que reivindica la propia profesión: «Si los arquitectos falláramos tanto como lo están haciendo en el presente los economistas, sería imposible habitar edificios». Casi 40 años después de aquel primer encuentro con la Universidad Laboral, elogia la reforma efectuada en el conjunto arquitectónico de Cabueñes, pero lamenta intervenciones como «el ocultamiento del mural del teatro o el cubrimiento del Patio Corintio».



«Mi padre era republicano, pero discute con los rojos de Cangas y le dicen que cambie de bando»

«Hicimos oposición al franquismo, pero nosotros éramos de un sector poco convencional, ni del PC, ni rojos corrientes, sino más bien ácratas y culturalistas»

Mi padre, que era un artista y que no sabía muy bien a qué ideología pertenecía, se encuentra de alcalde en 1937

● Buñuel y Lorca. «Mi abuelo paterno, Emilio González Alonso, fue constructor, maestro de obras titulado por la Escuela de San Fernando, e hizo bastantes obras por la zona de Cangas de Onís, su tierra. Se casó con una hidalga campesina, Petra Pérez, de buena familia de propietarios un poco venida a menos. De ellos nacen cinco hijos, entre ellos mi padre, Emilio Antonio González-Capitel Pérez, o Antón Capitel, sobrenombre que yo heredé con el tiempo. Por parte de mi madre, Celia, sus padres fueron Lamberto Martínez Franco, que no era de Cangas, sino que fue allí de jovencito porque era cuñado de un juez y se casó con mi abuela, Celia Junco, que al parecer era la más guapa de Cangas. Este abuelo, que era un señorito avispado, con algo de beneficio y poco oficio, murió prematuramente, de tuberculosis. Volviendo a mi padre, él tuvo la fortuna de contar con un padrino, Francisco Beceña, que fue catedrático de Derecho de la Universidad de Oviedo y perteneció a la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y que lo trajo a Madrid, a la Residencia de Estudiantes de la calle del Pinar, para que estudiara el Bachillerato Superior. Hizo aquí amigos muy importantes, por ejemplo, y sobre todo, Luis Buñuel, pero también tuvo trato con Dalí y Lorca, y a este último lo llevó a Cangas en los años de la República para presentar su teatro ambulante “La Barraca”.Y luego fue compañero y muy amigo de los asturianos Paulino Vicente, el pintor, y Ángel Muñiz Toca, el músico».

● Ingeniería de Construcción. «Mi padre había nacido en 1904, y a la Residencia debió de venir hacia 1918.Ala vez que el Bachillerato hizo la carrera de aparejador, recomendado por su padrino, para poder regresar a Cangas de Onís y que su padre le dejara hacer Bellas Artes, que era el deseo de mi padre. Pero su padre no le dejaba, porque “se iba a morir de hambre” y todas esas cosas. Entonces, su padrino le ayuda a solicitar una beca de la Junta de Ampliación de Estudios ymi padre se va a París, donde estudia Ingeniería de Construcción en vez de Arquitectura, que era su intención inicial, pero se encontró con que la Facultad parisina no tenía buena fama en aquel tiempo, que era la época de la modernidad. Entonces le aconsejaron que estudiara Ingeniería de Construcción. A París había marchado hacia 1921 y volvió con su carrera terminada a Cangas en 1926, cuando su padre fallece. Se hizo cargo de la empresa de construcción de su padre, pero en seguida la liquidó; no le apetecía nada ser constructor y se lo montó de profesional liberal. Fue profesor de Dibujo de la Escuela de Trabajo y cuando estalló la Guerra Civil los rojos de Cangas, que eran muy radicales y una conjunción de socialistas y anarquistas, lo nombraron director del centro porque el anterior, que era de derechas, había huido».

● Destacamento falangista. «Mi padre era republicano, pero esto que voy a contar parece un poco peliculero porque acabó siendo falangista. Tal vez por lo radical que fue la Guerra Civil en Asturias, o por otros motivos, él se enemistó con los rojos que le habían dado ese cargo y que en principio eran amigos suyos y vecinos de Cangas. Nunca lo quiso contar en detalle, pero yo creo que lo que pasó es que criticaba en público, en los bares, que si los rojos habían hecho esto o lo otro, y entonces se enfadaron con él y le dijeron que tenía que pasarse al otro bando, que ya no era de los suyos. Claro, mi padre no quería, pero al final le obligaron a pasarse y acabo cayendo en un destacamento falangista que estaba estacionado en León, donde no había guerra. Pero más tarde, cuando llegaron los nacionales para atacar Asturias, entró una columna por Riaño y absorbió al destacamento falangista. Y al llegar a Cangas, después de la batalla del lugar, que mi padre vivió, el comandante de ese batallón que había entrado por Riaño mandó llamar y dijo: “Había entre esos de León uno de aquí, de Cangas, que tenía carrera; que se presente”.Va mi padre y el comandante le nombra alcalde y jefe de Falange Cangas. Mi padre, que era un artista y que de político tenía muy poco, o nada, y que no sabía muy bien a qué ideología pertenecía, se encuentra de alcalde en 1937. Nombra teniente de alcalde a Gerardo Zaragoza, el escultor, que era muy amigo suyo, y gobiernan en Cangas durante diez años, hasta 1947, el año en el que yo nací (el 22 de mayo, o sea, que acabo de cumplir 65 años).Yo creo que esto de mi padre y Gerardo Zaragoza fue una fortuna para mi pueblo, porque lo hicieron todo: reconstruyeron el puente que había caído en la guerra, hicieron la nueva capilla de Santa Cruz, que también había caído, promovieron excavaciones en Santa Eulalia de Abamia, procuraron la reconstrucción de Covadonga, reconstruyeron el propio pueblo, que en la batalla había sufrido muchísimo, crearon la Fiesta del Pastor, la Feria del Ganado, redactaron las ordenanzas municipales, fundaron la biblioteca municipal y, en definitiva, creyeron en lo que estaban haciendo. Luego, ya un poco mayores, se vieron más desengañados. En esa etapa fue ayudante y aparejador del arquitecto restaurador Luis Menéndez-Pidal en la reconstrucción del “puente romano” y de la cueva de Covadonga. De hecho, fue aparejador de Covadonga de 1929 a 1972, año de su fallecimiento, en Madrid».

● Socio de García-Lomas. «Así que fue republicano, pero a raíz de la guerra acabó de falangista y se lo creyó bastante, pero luego, ya desengañado, nunca fue un franquista al uso. Era terco y, aunque más o menos siguió siendo franquista, no se aprovechó del régimen y no tuvo ningún rasgo franquista típico. Pero, como ya digo que era terco y poco convencional, acabó plantándose ahí, como no queriendo dar su brazo a torcer. Mi padre trabajó en Regiones Devastadas y luego pasó a ser el primer director técnico de la empresa Sedes, creada en los años cuarenta por la Diputación de Oviedo, cuando era su presidente Jesús Quintana. Ahí estuvo trabajando hasta que en 1955 un arquitecto amigo suyo le propuso venir a Madrid para trabajar juntos. Mis padres se habían casado después de la guerra y tuvieron cinco hijos: Celia, Antón, Rosa, Lamberto y Emilio; vivimos los cinco. De joven, mi madre había querido trabajar, pero no la dejaron hacer carrera en su familia porque quería ser médico y no había Facultad de Medicina en Oviedo. Y al final fue señora de su casa, pero bastante culta, porque mi padre lo era y junto a él fue muy aficionada a la lectura, al buen cine y al teatro. Así que nos vinimos a Madrid en 1955, cuando mi padre decidió vivir una aventura profesional nueva, colocándose con un compañero a compartir estudio. Éste era Javier García-Lomas, hermano de Miguel Ángel, que fue alcalde de Madrid, director general de Arquitectura y muy político. Mi padre había sido medio discípulo del padre de ambos, el arquitecto Miguel García-Lomas, que tiene obras importantes en Asturias y en Madrid. Éste había sido amigo de mi abuelo, el maestro de obras, porque era su constructor en la zona. Así que mi padre fue como medio discípulo de él y acabó siendo socio de su hijo Javier, que era más joven que mi padre, pero no mucho más. Y de ahí viene precisamente que, siendo Javier el arquitecto de Covadonga, mi padre fuera su socio en el real sitio durante tantos años».

● Fachadas como cuadros. «Al llegar a Madrid comencé a estudiar en el Instituto Ramiro de Maeztu, que era el sucesor franquista del Instituto Escuela. Mi padre tenía cierta confianza en eso porque era como sucesor del ILE, pero en el franquismo. Era un instituto muy bueno entonces y recuerdo algunos catedráticos como Royo, de Matemáticas; Jaime Oliver, de Literatura, y Manuel Vindán, de Filosofía (que era cura). Como el curso acababa a finales de mayo, para San Antonio, las fiestas de Cangas, ya me iba para allá, donde seguían viviendo mis abuelos y mis tíos. Solía irme el primero y después iba yendo el resto de la familia, y mi padre, en agosto. Así que me tiraba cuatro meses en Cangas, hasta primeros de octubre, que empezaba otra vez el Ramiro. El verano después de acabar el Preuniversitario, cuando iba a ingresar en octubre en la Escuela de Arquitectura, pasé unos días en Gijón, que yo conocía muy por encima. Y fue entonces cuando conocí la Universidad Laboral. Era 1964 y yo tenía 17 años. No tenía ni idea de arquitectura, pero aquel edificio me impresionó mucho, y cuando entré en la Escuela me encontré con que el señor que había hecho aquel edificio, Luis Moya, era el director de la Escuela, lo cual resultó bastante extraordinario para mí. Llegué a los estudios de Arquitectura pese a que mi padre desconfiaba un poco de que yo fuera arquitecto, entre otras cosas porque desconfiaba de los arquitectos y de la profesión. Él no era arquitecto y no quería que yo lo fuera, pero le fui convenciendo y me metió a dibujar con  Gerardo Zaragoza, el escultor, que era un profesor de dibujo extraordinario. Empecé con él a los 15 años, de modo que cuando ingresé en la Escuela ya llevaba dos años dibujando estatuas, como a la antigua, aunque ya no existían todas aquellas pruebas de dibujo para el ingreso. Pero la vocación arquitectónica me viene de mi padre, de verle dibujar, porque él estaba todo el día trabajando en arquitectura y dibujaba extraordinariamente bien. Yo le veía hacer la fachada de un edificio y me quedaba allí colgado, observándole, porque el dibujo de la fachada era un cuadro impresionante. Y la verdad es que desde crío, desde los 11 o los 12 años, yo ya decía lo de ser arquitecto, y por contagio, supongo. Sin embargo, tardé tiempo en saber que él no era arquitecto, sino aparejador e “ingeniero francés”».

● Jefferson en 10 minutos. «Tardé dos años en hacer el primer curso de Arquitectura, porque era muy duro en asignaturas como Dibujo, y recuerdo que durante aquel segundo año en la Escuela vino un  norteamericano a dar una conferencia sobre Thomas Jefferson, tercer presidente de EE UU y arquitecto.  Moya, como director, presentó al conferenciante y me impresionó que en 10 minutos contó perfectamente quién era Jefferson. Coincidió entonces que a Paulino Vicente, ya digo que muy amigo de mi padre, le organizaron una exposición antológica muy bonita en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Paulino fue a Madrid y se alojó en la antigua Residencia de Estudiantes, que era entonces residencia del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), pero iba todas las tardes a mi casa y luego se iba un rato con mi padre a la exposición. Un día estaban en casa hablando: los dos eran bastante salados y ocurrentes, y muy cultos, y yo me quedaba a escucharles. Paulino dijo no sé qué sobre Moya y cuando hicieron una pausa para tomar un poco de queso y vino dije: “Pero padre, este Luis Moya, que es el director de la Escuela, ¿quién es?”.Yo estaba intrigado con ese personaje y fue cuando mi padre me dijo: “Luis Moya es una arquitecto español muy importante, pero eso no se puede entender ahora”. Se conoce que archivé en la mente aquello. Me tocó una Escuela de Arquitectura no muy buena, la verdad, pero tuve algunos profesores interesantes. Fui discípulo de Fernández Alba, de Carvajal, de Juan Daniel Fullaondo y de Rafael Moneo, y también de dos urbanistas muy interesantes: Eduardo Mangada, que fue consejero de Ordenación del Territorio de Madrid, y de su socio Carlos Ferrán. No había mucho más de bueno. Luis Moya, sí, pero andaba por el plan antiguo de estudios. Tuve compañeros ilustres, como Antonio Cruz y Antonio Ortiz, arquitectos sevillanos muy importantes; o Paco Partearroyo, que fue mi socio y que ha sido el que ha rehabilitado en Madrid el teatro Real y el edificio de Correos para Ayuntamiento; o Nieves Ruiz y Fernando Nanclares, que están en Asturias. No tuve la fortuna de tener a Sainz de Oiza de profesor, pero sí tuve mucho trato y bastante amistad con él cuando fui profesor. Alba, Carbajal, Fullaondo y Moneo eran arquitectos punteros y, por fortuna, eran los profesores de las asignaturas de Proyectos, las más importante, junto con Urbanismo».

● Moneo, un sabio a los 31. «No fui muy activo políticamente, porque era más ácrata que rojo. En cuarto curso, que fue el de 1968- 69, es cuando se armó más barullo en la Universidad con los ecos del Mayo francés. Ese año fue tremendo y no hicimos nada más que la revolución. Pero nosotros éramos de un sector poco convencional, ni del Partido Comunista (PC), ni rojos corrientes, sino más bien ácratas y culturalistas. Al decir nosotros hablo de Nanclares, de Nieves, de Partearroyo… Vivimos todo esto, la oposición al franquismo, pero significándonos poco políticamente, porque, además, en el antifranquismo cuando no eras del PC ya se despistaban, ya no sabían entrar en otros entresijos. Tuvimos líos en la Escuela, sobre todo en ese cuarto año, cuando a partir de primavera se declaró el Estado de excepción, con Carrero Blanco en el Gobierno. Entonces la Escuela se congeló y había que andar con pies de plomo con la Policía dentro. También con la Escuela hicimos algunos viajes: conocimos diversos lugares de España, fuimos a Roma, y en tercero viajamos por nuestra cuenta a Francia. Y con Moneo visitamos París. Rafael Moneo tiene diez años más que yo; cuando era profesor nuestro contaba 31 años, muy joven, pero ya era muy sabio y un personaje muy respetado por inteligente. Era conocido en el mundillo profesional, pero no había hecho todavía la ampliación de Bankinter, aquí, en Madrid, que fue el proyecto que le dio más fuerza profesional, ya en el setenta y algo, cuando yo había acabado la carrera».

● Arquitectura incierta. «Terminé Arquitectura en 1971 y al mismo tiempo hice las prácticas de la mili como alférez, después de haber hecho las milicias universitarias en La Granja durante los veranos. En ese momento se convocan unas oposiciones a cátedra que fueron muy importantes en la Escuela de Madrid. Fernández Alba, que había sido profesor mío, pero como encargado de cátedra, las obtuvo para Madrid, y Rafael Moneo fue catedrático para Barcelona. Aunque Moneo había sido la persona más brillante en las oposiciones, era más joven y Fernández Alba tenía más méritos. Moneo no tuvo más remedio que ir a Barcelona, cosa que le vino muy bien a él y, sobre todo, a Barcelona, porque a los barceloneses, que son un tanto narcisistas, Moneo les sacó adelante la Escuela enterita. Y es más: fueron los viejos profesores franquistas de la Escuela de Madrid los que, adrede, destinaron a Moneo a Barcelona. La arquitectura española a finales de los sesenta y comienzos de los setenta estaba en un momento bastante incierto. Por ejemplo, en 1971 se convoca el concurso restringido para el Banco de Bilbao, que lo gana Sainz de Oiza, pero ese edificio, el de AZCA, muy bueno, no lo veremos terminado hasta diez años después. Paco Oiza había hecho Torres Blancas en Madrid; se habían acabado hacia el año 1968 o 1969, pero se habían comenzado a principios los sesenta. O sea, que la arquitectura estaba al final del organicismo, que era Torres Blancas, y al comienzo de un nuevo mundo, que podía representar el Banco de Bilbao. Oiza era muy representativo de las dos cosas: lo que acababa y lo que empezaba. Y luego, dentro de esa nueva fase entra Moneo con la ampliación de Bankinter que ya he dicho, en La Castellana, que es proyecto del año 1970, pero cuya construcción dura hasta 1976. El arquitecto asturiano Casariego era de una generación un poco mayor, de la de Fernández Alba, y un poco más jóvenes que Oiza. Era un profesional bueno, pero no de los más considerados, como Alba, Oiza o De La Sota. Pero Casariego y Alas, su socio, empiezan a tener más reconocimiento y más fuerza años después, cuando se vio que su obra era muy potente, aunque no tan vanguardista. Y el también asturiano Vaquero Palacios era de la edad de Moya, de una generación muy anterior, y era entonces más conocido como pintor que como arquitecto. Los edificios importantes de Vaquero están en Asturias. Y su hijo, Vaquero Turcios, era un artista muy conocido en el Madrid de entonces, por su gran número de murales y porque ganaba concursos frecuentemente, como el del mural para el teatro Real, cuando se hizo la reforma para sala de conciertos, antes de la reforma posterior».

● Llamada de Alba. «Después de 1971 tuve la gran fortuna de que Antonio Fernández Alba, que, ya digo, había ganado la cátedra de Elementos de Composición (una cosa de nombre así, muy antiguo, pero que quiere decir introducción a proyectos), me llama para ser profesor. A mí me extrañó muchísimo que me llamara y lo dudé, y recuerdo que se lo consulté ami padre, que era muy escéptico con la profesión de arquitecto. “Pues chico, si te llama Fernández Alba y además ganas un sueldete, yo es que ni lo dudaba”. Con lo cual le hice caso y me metí en la Escuela, hasta hoy. Fernández Alba es uno de los protagonistas de aquel tiempo. Cuando el estilo internacional entra en España, ya cuando se acaba la tontería del historicismo franquista (digo una tontería porque, quitando a Moya, todo lo demás vale poco), digo que cuando entra ese racionalismo Fernández Alba es un protagonista del revisionismo posterior a ese racionalismo, de lo que se llamó el organicismo, o sea, el seguimiento de arquitectos nórdicos como Alvar Aalto. Es un paso de tuerca importante que se da en la arquitectura moderna española y que es el que finalmente acaba desembocado en cosas como Torres Blancas. Dentro de esa tendencia de Alba está Oiza, y también Moneo».

● Arquitectura franquista. «Si querías hacer la carrera académica, ello suponía hacer el doctorado. Yo veía que efectivamente mi padre tenía razón en que la profesión era bastante canalla y además en aquellos años, con la primera crisis del petróleo, no se hacía nada en España ni se convocaban concursos. Hacia el año 1974 o 1975 pensé que tenía que realizar la tesis y que lo mejor era hacer la carrera académica. Hice los cursos de doctorado y como yo estaba en la Escuela era fácil realizarlos. Para cursar una asignatura de doctorado, que era con un catedrático de Dibujo Técnico, Julio Vidaurre, y que hacíamos juntos Paco Partearroyo y yo (que a la vez era mi socio en el estudio, con Fernando y Nieves, donde trabajábamos algo para Asturias), le propuse a Paco hacer un trabajo sobre la Universidad Laboral de Gijón “que seguro que a Julio le divierte mucho porque es una cosa original”.Y añadí: “No te preocupes, que tú haces las fotos y yo el texto”. Él era muy buen fotógrafo y se arrugaba algo con escribir. Y efectivamente hicimos ese trabajo: Julio quedó efectivamente encantado y nos puso notable. En eso había llegado a la Escuela Carlos Sambricio, un historiador que había empezado Arquitectura y que lo dejó para hacerse doctor en Historia del Arte. Nos conocíamos y éramos amiguetes, y entonces se enteró de que yo había hecho ese trabajo sobre la Universidad Laboral. “¡Huy!, esto es importantísimo; tienes que escribir un artículo porque nos lo va a publicar Salvador Tarragó”, que era un catalán que tenía una revista llamada “2C Construcción de la Ciudad”. Él estaba haciendo una cosa sobre la arquitectura falangista, y “esto de la arquitectura del franquismo está abandonado y nadie hace estudios”,me decía Sambricio. Lo hicimos, pero Salvador Tarragó no se atrevió a publicarlo porque le pareció que, aunque a él le interesaba mucho, le iban a criticar por todas partes».

● Una tesis no sencilla. «Como yo ya había escrito el artículo, se me ocurrió ofrecérselo a Rafael Moneo, que estaba en “Arquitecturas Bis”, otra revista de Barcelona mucho más prestigiosa. Moneo estaba en ella como catedrático, junto a Oriol Bohigas y otros. Moneo se llevó el artículo a Barcelona y se armó un poco de barullo, porque hubo quien dijo: “¡Pues sólo faltaría que hubiera que publicar cosas sobre arquitectura franquista!”. Pero luego, Federico Correa, un arquitecto muy importante, muy amigo de Oriol, terció en el asunto y dijo: “Ese edificio es magnífico y esto hay que publicarlo”.Y gracias a Correa se solucionó el problema. Moneo llegó un poco nervioso porque se había peleado con los de la revista, pero me dijo: “Bueno, Antón, tienes que redactarlo de manera definitiva y se va a publicar”. Esto fue en 1976 y a raíz de esa publicación yo ya me había hecho amiguete de Rafael Moneo y un día, yendo a verle, me dijo: “Oye, y tú que tienes que hacer una tesis, ¿por qué no la haces sobre Luis Moya”. “Hombre, estupendo; si tú me la diriges yo me atrevo a hacerla, porque no es una cosa sencilla”. “No lo es en absoluto, pero creo que la deberías hacer”, insistió él. La acabé en 1979».




 
«Esto de la arquitectura del franquismo está abandonado y nadie lo estudia», me decía Carlos Sambricio.

Arquitecto y catedrático de Proyectos de la Escuela Politécnica de Madrid

Hijo de Celia Martínez y de Antonio González Capitel, Antón Capitel –sobrenombre que  hereda de su progenitor– nace en Cangas de Onís en 1947. Su padre, formado en la Institución Libre de Enseñanza, es aparejador e ingeniero de construcción (formado en París). De él admira el joven Antón sus trabajos y, con la familia ya establecida en Madrid desde 1955, inicia los estudios de Arquitectura. Su primer punto de atención será el arquitecto Luis Moya Blanco y su obra gijonesa, la Universidad Laboral.

«Conchita Moya me llamaba “Cristóbal Colón”, por haber descubierto a su marido, Luis»

«En la cueva, Pidal le dijo a Franco: “Aquí se hará lo que yo diga”, y le dejó impresionado»

«Siendo inspector de Monumentos, me dijo un arquitecto: “Mira, cuando las cosas llegan a nosotros, es que ya no tienen solución, así que échales un responso”»


El arquitecto Antón Capitel (Cangas de Onís, 1947) relata en esta segunda parte de sus «Memorias» su peripecia para elaborar la tesis doctoral sobre Luis Moya y la Universidad Laboral de Gijón o su paso por la Inspección de Monumentos.

● Basurero de la Historia.
«Algunos jóvenes comenzamos a estudiar la arquitectura del franquismo: Sola Morales, Carlos Sambricio, José Quetglas y yo. Fernández Alba ya había hecho algo en la revista “Arquitectura”, sobre “25 años de arquitectura española”, porque eso había quedado en un basurero de la Historia. Y el Colegio de Arquitectos de Barcelona hizo una exposición y catálogo hacia el setenta y siete o setenta y ocho. La arquitectura historicista del franquismo estaba doblemente despreciada porque era del franquismo y porque España se sentía atrasada en términos arquitectónicos. Es decir, un personaje tan brillante como Moya no interesaba. Cuando me puse en contacto con él para los primeros artículos, Moya desconfiaba porque como había tenido que soportar tantas impertinencias y marginaciones se preguntaba qué pretendía aquel jovenzuelo. Además sera muy católico y humilde –“No, si yo no soy nadie...”–, o sea, que al principio me rechazaba también por timidez. Pero cuando ya empecé la tesis, se relajó y me lo contó todo, y hasta me dio una llave de su estudio para que yo fuera tanto si estaba él como si no. “Te metes ahí, miras los planos, haces fotos, lo que quieras…”. Estuve un par de años metido en su estudio, mirándolo absolutamente todo. Llegamos a tener, no exactamente amistad, porque él era de la edad de mi padre, pero se convirtió en una especie de tío mío, digamos. Su mujer, Conchita, una mujer de carácter fuerte, me llegó a querer mucho porque se dio cuenta de que yo era el valedor de su marido. Me llamaba “Cristóbal Colón”, por haber descubierto a Moya».

● Restauración en la Catedral.
«Acabé la tesis en 1979 y, en 1981, me casé con Consuelo Martorell, que había sido estudiante mía.  Tuvimos dos hijos, Jaime y Alberto, y ella ha sido mi colaboradora permanente en el estudio. Y también en 1981 concursé con Ruiz Cabrero y Frechilla a la dirección de la revista “Arquitectura”, del Colegio Oficial de Madrid. Ganamos y fuimos directores durante seis años. Tuvimos una época muy exitosa. Dirigí nuevamente la revista de 2000 a 2008, con José Ballesteros y, sobre todo, con García Millán. Ahora dirijo una revista universitaria que he fundado, «Cuadernos de Proyectos Arquitectónicos». Iba más por Asturias desde comienzos de los setenta. Fernando Nanclares, Nieves Ruiz y yo teníamos alguna obra. Heredé un cliente de mi padre, Álvaro Fernández Valle, un constructor muy bueno de Cangas, al que le hicimos un edificio de viviendas que todavía hoy miro con satisfacción. Fernando lograba  enganchar alguna obra en Oviedo, o cerca, casi siempre de viviendas, y algunas en Madrid, hasta que hacia 1977 hubo una caída económica fuerte, con aquella inflación tan tremenda, cuando los gobiernos de Suárez, y no se hacía nada. Entonces rompimos el estudio porque no tenía sentido; Fernando y Nieves se habían casado y se fueron a Oviedo, y Paco Partearroyo y yo nos quedamos en Madrid. En 1980, justo después de la tesis, en el momento en que yo tenía una cierta condición emergente como crítico y profesor, mi jefe directo, el catedrático Manuel de las Casas Gómez (hijo de Manuel de las Casas Rementería, aparejador de Moya, por ejemplo, en la Laboral), se hartó de la Escuela en un momento dado y lo llevaron de jefe de Inspección de Monumentos de Bellas Artes, el que encargaba todas las restauraciones. Entonces, como habíamos trabajado mucho juntos y tenía confianza en mí, me encargó un proyecto de restauración de la catedral de Oviedo. Me apoyé en Fernando, que dirigía conmigo a pie de obra. Eso duró hasta 1985, cuando se transfiere Bellas Artes a las comunidades autónomas. En la Catedral hicimos una restauración del claustro alto y reparaciones e instalaciones en la zona de la torre vieja y la restauración del pórtico principal, que estaba todo ennegrecido».

● Comisario de por vida.
«La restauración de la Catedral tras la guerra, particularmente de la aguja de la torre, había sido de Luis Menéndez Pidal, una buena restauración, hecha medio a la antigua, medio a la moderna, todo al pie de la letra, como las restauraciones francesas, que ya no se llevaban mucho. Pero todo muy cuidadosamente porque Menéndez Pidal utilizó una piedra ligeramente distinta y ponía una “r” en cada piedra nueva. Pidal fue muy amigo de mi padre, ayudante suyo en la restauración de Covadonga, al igual que con Miguel García-Lomas y con su hijo, Javier. Pero a Menéndez Pidal le había hecho Franco comisario de Patrimonio Artístico de Asturias de por vida. Mi padre contaba la anécdota, muy graciosa. Pidal y él habían reconstruido la cueva de Covadonga y va Franco a ver la obra. Menéndez Pidal se la explica y entonces Franco queda parado y dice: “Esto, ¿no podría hacerse de otro modo?”. Pidal, que era bajito, como Franco, y calvo, se le queda mirando: “Esto, mi general, ¿es una opinión o una orden?”. “No, no, sólo una opinión”. “Bueno, entonces será lo que yo diga”.Y Franco, como militar, entendió que aquella respuesta era sencillamente perfecta y quedó impresionado».

● El último inspector.
«Cuando llega el Gobierno González, en 1982, el ministro de Obras Públicas nombra director general de Arquitectura a un catedrático de la Escuela, Antonio Vázquez de Castro, y éste se lleva a Manolo Casas de subdirector. Deja vacante la Inspección de Monumentos y Dionisio Hernández Gil (hermano de Antonio), arquitecto, muy amigo de Rafael Moneo, y que había sido el que con CD había renovado la restauración española, me llamó para ese cargo. Fui el último inspector general de Monumentos de España, porque después ya llegaron las transferencias. Mi misión era organizar las restauraciones del Estado, encargar los proyecto, revisarlos y aprobarlos. A la vez, llevaba la inspección de todo lo que pasaba en los monumentos y en las ciudades históricas. Había comisiones provinciales que si resolvían las cosas, ya estaba, pero si dudaban, las mandaban a Madrid. Luego las veía el arquitecto de zona, lo resolvía y me lo pasaba a mí para que lo firmara. O sea, que la firma era la mía, con lo cual me vi asustado. Me dieron un despacho enorme y había un armario en el que depositaban todos los días diez o doce expedientes. Un arquitecto de la Inspección, del que me hice muy amigo, Carlos Baztán, me dijo: “Mira, no te preocupes porque cuando las cosas llegan a nosotros es que ya no tienen solución y lo que hay que hacer es echarles un responso”. La restauración es muy difícil y lo más fastidiado era decirle a un compañero arquitecto que no le podía aprobar el proyecto y que tenía que hacerlo de otro modo. En Asturias hubo algún lío, en Santa María de Junco, Ribadesella, con una restauración que no gustó nada a los del pueblo. Pero hubo más bien cosas buenas; a Enrique Perea y a Gabriel Ruiz Cabrero les encargué la restauración del Palacio de Revillagigedo de Gijón y quedó muy bien.Oa Fernando Nanclares le encargamos la Colegiata de Teverga, que también quedó bien».

● Premio «Europa Nostra».
Volví a la Escuela en 1986. En 1983 me había presentado a oposiciones para profesor adjunto y las gané. Luego ya oposité a cátedra en Valladolid y estuve allí tres años, de 1989 a 1992, y más tarde salieron unas plazas en Madrid y me volví a presentar. Desde entonces aquí sigo. En aquellos momentos yo ya había publicado muchos artículos y escrito libros, y había seguido haciendo restauración, pero me fui apartando de la profesión convencional, que cada vez me gustaba menos, aunque la seguí ejerciendo con mi mujer y otros socios. Hicimos varios edificios de viviendas para la Empresa Municipal de Madrid, y también dos iglesias, una en Móstoles y otra en Arroyomolinos. En estos dos proyectos estuvo Mónica Alberola, socia mía y de mi mujer ahora. Mónica es además profesora de mi cátedra. Antes, había hecho otras obras de restauración: en Madrid, la iglesia de Monserrat, de los Benedictinos, con el arquitecto Antonio Riviere, que trabajó conmigo mucho tiempo, también en la reforma de la Puerta del Sol y en el convento de La Rábida, por el que nos dieron el premio «Europa Nostra».Y con el arquitecto y catedrático Javier Ortega, de familia luarquesa, también trabajé en Sol, La Rábida y en la finalización del Museo De América, que es una obra originaria de Moya».





Antón Capitel
Arquitecto y catedrático de Proyectos de la Escuela Politécnica de Madrid
Antonio González-Capitel Martínez, Antón Capitel para el mundo de la arquitectura, nace en Cangas de Onís en 1947. Su familia se traslada a Madrid en 1955, y él estudia en elRamiro de Maeztu, para obtener posteriormente la licenciatura de Arquitectura y el doctorado, con una tesis sobre Luis Moya, autor de la Universidad Laboral de Gijón. De 1982 a 1986 será inspector general de Monumentos del Estado y desarrollará trabajos en el terreno de la ordenación urbana y de la restauración, como en el caso de la catedral de Oviedo.


«En Alemania no quieren otra cosa que un arquitecto joven español»

«Si las guías Michelin estuvieran hechas por gente inteligente, el viaje a Gijón sería obligatorio, para ver la Universidad Laboral

Antón Capitel (Cangas de Onís, 1947) recorre en esta última entrega de sus «Memorias» sus numerosos
trabajos e investigaciones arquitectónicas.

● Moya y Feduchi. «El Museo de América en Madrid era una obra de Moya que nunca se había acabado. Cuando llegó el gijonés Manuel Fernández-Miranda (hijo de un hermano de don Torcuato y catedrático de Prehistoria) a la dirección general de Bellas Artes nombró a una subdirectora de museos, Paloma Acuña, y le echó un vistazo al proyecto que había redactado para terminar el Museo de América. No le gustó nada, y con razón. Llamaron a Dionisio Hernández Gil, mi jefe en la Inspección de Monumentos, y le dijeron que como yo era el biógrafo de Moya me encargara de ello. Fui a ver a Moya, que todavía vivía, a ofrecérselo. “No, ya estoy muy mayor, pero quiero que esté en tus manos y lo que te voy a dar es el ultimo dibujo que hice para el claustro”.Y eso fue lo que hicimos, pero el Ministerio fue tan torpe que no fue capaz de acabarlo para el V Centenario de 1992, sino en 1994. En el origen, Moya había recibido de Pedro Muguruza (director general de Arquitectura) el encargo de ese museo, y él le ofreció colaborar a Luis Martínez Feduchi, al que habían depurado un poco por ser republicano. Feduchi proyectó los elementos más historicistas y decorativos (como la torre) y Moya, lo más constructivo. Feduchi fue un arquitecto buenísimo, autor del cine Capitol, por ejemplo, y padre de Javier y Belén, la mujer de Rafael Moneo. Éste es otro vínculo de Moneo con Moya».

● Sutileza con poco. «Hicimos la reforma de la Puerta del Sol, que luego el Ayuntamiento de derechas destruyó, y ahora ya no queda prácticamente nada de aquello. Primero, para meterse con el Ayuntamiento del PSOE, el “ABC” y el “Ya” empezaron a meterse con las farolas que nosotros habíamos proyectado, y a llamarlas “supositorios”, y a decir que eran muy modernas, cosa que era mentira, porque eran más bien clasicotas. Y entonces, el alcalde Barranco las quitó. Si llega a haber estado todavía Tierno Galván no las quita, porque a Tierno no le pasabas por la piedra. En Badajoz convertimos en Museo Arqueológico el palacio de los duques de La Roca y además del monasterio de la Rábida, hicimos el de Santa Clara de Moguer, o el de las Carboneras, o del Corpus Christi, aquí en Madrid. Estos trabajos, junto con los de la catedral de Oviedo o los de Covadonga ejemplifican cómo el gran estatuto de la arquitectura viene de la religión, ya desde los templos griegos. En la escuela pongo en ocasiones ejercicios de templos a los alumnos, con ejemplos modernos de toda Europa. Una iglesia es un tema muy sencillo, pero con cierta sofisticación, y no puedes hacer una fantasía formal. Hay que aplicar inteligencia y sutileza para operar con elementos formales muy sencillos y obtener resultados muy eficaces. No puede ser un espacio vulgar, sino un espacio religioso. Y pueden proyectarlas tanto personas no religiosas (Le Corbusier, Aalto, Siza Vieira), como creyentes, caso de Moya».

Fantasías en Covadonga. «De 1985 a 2002 fui arquitecto conservador de Covadonga, como los fueron Javier García-Lomas y mi padre. Yo, desde crío, conocía a José Gabriel García, “Pepito”, que era cura joven y subdirector de la Escolanía de Covadonga y al que el arzobispo Lauzurica lo descubrió como persona muy hábil para la administración. Fue ecónomo y gerente del Arzobispado como 30 años. Nos volvimos a ver cuando yo trabajé en la Catedral y le propuso a Gabino Díaz Merchán que me nombrara conservador de Covadonga, para sustituir a García-Lomas, que ya era muy mayor. Lomas fue el que le propuso a Pepito mi nombre, pero a diferencia de Javier y de mi padre, que yo creo que no cobraron nunca por su trabajo (incluso hacia la trampa a favor de Covadonga de utilizar un coche oficial para las visitas), Pepito me pagaba religiosamente, nunca mejor dicho. Restauramos la colegiata y la casa de ejercicios (que era de Menéndez Pidal), y en ésta logramos hacerlo en torno a un claustro que dejó muy satisfecho a Merchán. Hicimos la reforma, para la Escolanía, del antiguo hotel Favila, obra de García-Lomas y Manchovas de los años 20, que nunca funcionó como hotel, pero sí como seminario menor. Otra obra fue la de reordenar el presbiterio de la basílica, diseñar el exterior del órgano, reformar el altar, los ambones, etcétera, todo de la mano de José Gabriel. Todavía estando yo en el cargo, se hablaba del asunto del tráfico y de los accesos a Covadonga, pero sin conclusiones, porque siempre disparataba. Para empezar, si alguien entendía algo de Covadonga era yo, por el cargo supuestamente, pero para ese tipo de cosas nunca me pedían opinión. El Arzobispado lo hacia alguna vez, pero del Gobierno regional llegaba siempre algún paracaidista. Se decían disparates como hacer un parking subterráneo bajo la explanada de la basílica. Un día, todavía en vida de Pepito, me cabreé porque nadie preguntaba al conservador de Covadonga. Afortunadamente, todo eran fantasías y nunca hicieron nada. Y menos un remonte, o un funicular, como se dijo después. En Covadonga no hay que hacer nada. Si hay atasco, que los coches den la vuelta o que se suba en autobuses. Al coche hay que ponerle obstáculos y freno en las ciudades, en los parques nacionales, en todas partes. Covadonga es una cosa muy delicada, un lugar muy frágil; ¡déjenla ustedes en paz! Areces mismo, que me conocía perfectamente, y su gente nunca me preguntaron nada, y sabía que yo era afín ideológicamente a ellos, y arquitecto y catedrático. El único que en Asturias me preguntó y me hizo caso en algunas cosas fue Pedro de Silva, que me pidió opinión sobre la Laboral o Covadonga. En 2002 empecé a pensar en dimitir porque cambiaba la diócesis: se jubiló Merchán (un tío muy inteligente, más o menos progre, dentro de lo que pueda serlo un obispo), hubo arzobispo nuevo, cambió el abad de Covadonga, Pepito había muerto unos años antes y el vicario general, Javier Gómez Cuesta, un tío que estaba muy bien, también había cambiado anteriormente. Me di cuenta de que no les interesaba y les mandé una carta de dimisión».

● Frente a la losa. «Fernando Nanclares y yo hicimos un plan director del Prerrománico, adjudicado por concurso, que no ha servido para nada. Lo elaboramos con mucha gente importante y con una ambición muy grande. Fueron tres años de trabajo y lo entregamos en 2006 y el Principado lo metió en un cajón. Además, yo creo que se cabrearon por detalles, por ejemplo, porque dábamos otra solución a la losa de Santullano, en Oviedo. Escribí un artículo al respecto en LA NUEVA ESPAÑA. Era una estupidez meter los coches en un túnel de 200 metros. Para qué hacer eso, señor mío, si la solución era convertir esa parte de la autovía en vía urbana, una calle, con bulevar, árboles, semáforos y pasos de cebra. Y entonces esos dos lugares de Oviedo que ahora están traumáticamente separados seunirán automáticamente. Pues como propusimos eso en el plan, nos convertimos en figuras demoníacas, y eso que era sólo un detalle del plan, una idea que se ofrecía con buena voluntad».

● El auditorio de Moneo. Me parece estupendo que le hayan dado el premio «Príncipe» a Moneo, uno de los arquitectos más importantes del mundo, mejor que gran cantidad de tópicos que andan por ahí. Además, reúne de una manera muy intensa la condición de arquitecto, profesor y ensayista, un poco como Moya. El otro día le felicité y le dije que tuviera en cuenta que esto del premio era importantísimo por ser “de Asturias”, tomándole un poco el pelo, y se rio. Y recordó que se frustró aquella operación de que él hiciera el auditorio de Oviedo cuando era alcalde Masip. Moneo señaló que el emplazamiento perfecto era el solar del Instituto Alfonso II, previo traslado de éste. Hubiera sido, efectivamente, un emplazamiento estupendo. Luego Masip perdió la Alcaldía y la cosa se quedó en nada, hasta que con Gabino de Lorenzo se hizo el actual, una cosa increíble, que me duele.

● Clasicismo tardío. «Respecto a la Laboral, veo positiva al intervención global que han hecho, pero veo menos acierto en cubrir el mural del teatro o ponerle una cubierta al patio corintio, y se echa mucho de menos la libre visita de la iglesia, por ser uno de los interiores más espectaculares del edificio. Sobre la Laboral a mí el Gobierno del Principado nunca me consultó nada, aunque sí debería decir que a Pedro de Silva tuve ocasión de trasmitirle mi idea de que debería ocuparse por completo, como la Universidad en Gijón. Cada vez que vuelvo al edifico lo paso bien y lo veo con especial interés; no me canso de él. Creo que es el edificio del clasicismo tardío más importante del mundo. Puede haber mejores edificios, pero no hay en el mundo en el siglo XX un edificio de programa tan complejo y tan bien resuelto. Si las guías Michelin estuvieran hechas por gente inteligente, el viaje a Gijón sería obligatorio, para verla».

● Docencia e investigación. «Sobre todo, me sigo dedicando a la docencia y a la investigación arquitectónica. En 2010-11 estuve de investigador asociado en la Bartlett School del University College de Londres, y ahora escribo sobre ello un libro que se va a titular “Londres, ciudad disfrazada”. De la enseñanza no me canso. La Universidad en España es una de las cosas que mejor funciona, pero siempre se está diciendo lo contrario. España produce licenciados de altísimo nivel,y se van fuera. En Alemania no quieren otra cosa que un arquitecto joven español».


«El alcalde Barranco quitó nuestras farolas de la Puerta del Sol,
pero a Tierno no le hubieran pasado por la piedra»






3 comentarios:

  1. Sigues teniendo la misma sonrisa que a los once años. Enhorabuena, porque eso es algo que el tiempo suele acabar por borrar.

    Alfonso
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  2. Me han encantado tus "retazos" de memorias alternando con tus impresiones.- Muy interesantes tus referencia a Moneo, que me "suena" por sus conocidas obras.

    No te recordaba tan "ácrata" en tiempos infantiles, pero lo que sí recuerdo son tus dibujos de esculturas, ya que me daban envidia y las pretendía emular.

    Ya sabes que me debes una copa por lo de C Grant...

    Un abrazo y bienvenido, Kurt
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  3. Antón, deberías habernos dicho que tienes un blog estupendo. He pasado un buen rato cotilleándolo.

    Un abrazo,

    Alfonso
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