Ángel, por Manolo Rincón



Hoy hacía un día desapacible de invierno en Madrid. Paseando casi sin rumbo, me vi de pronto ante la entrada de mi querido Ramiro.

Había estado pensando en el paseo en la visita de Guijarro, el cura secular de la promoción, en la última comida con ambos, en la trágica muerte de Ángel, en su hija empapada en lágrimas….

Entré como suelo hacerlo con frecuencia, al recinto, y empecé a asociar los lugares por los que antaño estábamos, con los recuerdos de Ángel.

Me paré ante la clase en la que tengo certeza que ya estábamos juntos. Cerré los ojos y vi a un niño regordete, con flequillo y pelo corto, con cara de travieso, gafitas, pantalones cortos de pana y un jersey a rayas blancas y marrones, que me sonreía de manera burlona.

Un poco más allá me vi a mi mismo jugando con él y otros compañeros al clavo, juego que practicábamos después de las lluvias. Estábamos disfrutando con el juego.

Llegué en mí deambular al foso, y me vi jugando con él a las chapas, otro de sus juegos favoritos. Accedí a la antigua plaza del Caudillo, de nuevo cerré los ojos y estábamos intercambiando cromos en el recreo que era otro de los pasatiempos siempre deseado.

Al pasar por donde estuvo el Canalillo, no pude por menos, que con un nudo en la garganta, ver de nuevo escenas del pasado como la de tirar piedras al guarda, o poner petardos para volar el candado de su garita, entre risas y algarabías de todos los que participábamos. O como echamos papelitos ante el internado para pedir a Brañas nuestro balón (aunque no jugábamos al futbol). Ángel disfrutaba con aquellas travesuras en las cuales empleaba su vitalidad a fondo.

Mirando hacia donde estaban los desmontes antaño, vi a Ángel sonriendo pícaramente encender la mecha de uno de nuestros cohetes de fabricación casera.

Desde el patio de columnas veía la ventana de la antigua clase de 1º A y recreé de nuevo algo que nunca he olvidado, y es como me explicó gráficamente con las manos el significado de la palabra “follar”. Un maestro.

Al salir del recinto paseé por donde solíamos ir Iradier, Ángel, Quiñones y yo. Éramos malos en baloncesto y futbol los cuatro, lo cual hizo que fuésemos amigos varios años.

Sentado en una cafetería recordé cuando íbamos a casa de Iradier, en la calle de Víctor Pradera y Ángel leía comics de la gran colección que Carlos tenía y que dejaba con generosidad.

Le recordé contando chistes en mi casa mientras merendaba un bocadillo.

Siempre bromista y juguetón, en aquellos años se me quedó dentro, como un gran amigo, de confianza y siempre preparado para contarte cualquier cosa que hiciese reír.

Imitaba a algún profesor, aumentando sus defectos, ante nuestro jolgorio.

Y pasé por el Espíritu santo a pedir por él, para que siga siempre con nosotros, esté donde esté.

Manolo 23.01.13 

1 comentario:

  1. Estas líneas son para mí la mejor semblanza que se puede escribir de nuestro Angelote que,de como los demás que se fueron, sigue con nosotros

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