domingo, 30 de junio de 2013

El puzzle japonés y los límites de la ciencia


El puzzle japonés y los límites de la ciencia, por José Enrique García Pascua.


 

1.- El puzzle japonés.

Mi pasatiempo favorito es este que llaman puzzle japonés. Resulta muy sencillo de entender. Consiste en una retícula, inscrita en un rectángulo, cuyas líneas horizontales y verticales delimitan múltiples casillas o celdillas cuadradas. Rellenando de negro unas celdillas sí y otras no, cabe diseñar un dibujo esquemático, pero perfectamente identificable, de alguna figura o escena.

Quien prepara el puzzle nos ofrece cifrado un dibujo oculto y el que se ejercita con él debe descifrar el código y recomponer la imagen. Toda la diversión está ahí.

El código mentado se escribe en los márgenes del rectángulo.  Al extremo de las filas y columnas se encuentra una serie de números que definen las distintas secuencias de celdillas rellenas correspondientes a cada una de ellas. Así, si leemos 2-3-2, esto quiere decir que en la hilera contigua hay primero una secuencia de dos celdillas, después, una de tres y, por último, otra de dos. Las distintas secuencias sucesivas se separan entre sí por una o más celdillas en blanco.

 

El procedimiento para resolver este pasatiempo no es otro que un análisis metódico que permita discernir qué celdillas hay que rellenar y cuáles hay que dejar en blanco. Dicho análisis se efectúa por medio de unas reglas simples. En la medida de lo posible, tenemos que comenzar por las filas o columnas de los bordes del rectángulo y después localizar las celdillas que necesariamente están rellenas de negro con independencia de que comencemos a contar las secuencias desde un extremo u otro de la hilera. Cuando se consigue completar una secuencia, obtenemos además una o dos celdillas en blanco, las que delimitan dicha secuencia. Estas casillas sin sombrear constituyen puntos de intersección con la hilera perpendicular que permiten determinar en ella espacios más cortos y en los que es más fácil acotar sus concretas secuencias.

Ocasionalmente, nos encontramos ante un impasse. No sabemos si, por ejemplo, una secuencia continúa hacia la izquierda o hacia la derecha. En este caso, la regla nos indica que reanudemos el cálculo en otro lugar de la trama y, cuando nos aproximemos al punto en que surgió la duda, ésta quedará resuelta por el orden de las demás secuencias que habremos logrado configurar. Sin embargo, no es nada improbable que ni siquiera este recurso nos resuelva el problema y, por lo tanto, el impasse se convierta en una barrera que nos impida alcanzar la meta propuesta.

 

Mientras se trate de aplicar el anteriormente descrito análisis metódico con sus reglas, podríamos confiar la tarea de resolver el puzzle japonés a un programa informático, provisto de algoritmos que le marquen en qué circunstancias debe aplicar una u otra de las reglas citadas, pero, sin duda, llegado al mismo atasco que la inteligencia a la que emula, el programa se detendría sin remedio. Ahora bien, éste no es siempre el caso de la inteligencia humana. Una persona todavía encuentra abiertos otros caminos para hallar la solución.

El hombre, además de las reglas del cálculo lógico, posee una conciencia que le faculta para entender lo que tiene delante; por eso, llega a considerar que la parte del dibujo ya desvelada sugiere cierta figura más o menos reconocible y tal reconocimiento le induce a continuar su empeño completando aquella figura, o, algo aun más sorprendente, su sentido estético le exige que se dé una simetría entre los elementos que van apareciendo y consecuentemente rellenará la casillas que equilibren los elementos ya fijados. De esta manera, cualquiera logra acabar el pasatiempo, si es que no ha errado en sus apreciaciones, a pesar de que el mero desarrollo lógico se haya mostrado insuficiente en un momento dado.

 

 

2.- Los límites de la ciencia.

Hay científicos –incluso alguno es miembro de la promoción 64– que pretenden construir programas informáticos que remeden muchas de las funciones de la inteligencia humana, y a esta pretensión la denominan inteligencia artificial. Básicamente, un programa de inteligencia artificial consta, además de las instrucciones para enfrentar un problema, de una base de datos, en la que se recogen las informaciones pertinentes, y de un motor de inferencia, dotado de estrategias heurísticas que dirigen al programa en la búsqueda de nuevos datos que incorporar a su base, lo que le permite aprender por sí solo, sin necesidad de ser reprogramado.

Una de las aspiraciones de los expertos en inteligencia artificial es diseñar programas capaces de utilizar el lenguaje corriente y ejecutar con él tareas que la mente efectúa habitualmente, como, por ejemplo, resumir los contenidos de un libro, pero hay un punto en que la dificultad con que se encuentran es enorme, y este punto no es más que uno de los apartados de la gramática, la semántica, que permite al usuario del lenguaje organizar el discurso en función de los significados que los humanos atribuimos a las palabras.

Igual que a aquel hipotético programa informático al que más arriba le adjudicaba la misión de resolver puzzles japoneses, a cualquier programa de inteligencia artificial se le pueden asignar reglas formalizadas que, en el caso del lenguaje, serían las reglas de la sintaxis, pero ahora lo difícil es construir un motor de inferencia que consiga organizar el discurso: ¿qué hacer con los significados? Igual que ocurría con el programa de los puzzles, el programa de inteligencia artificial se encontrará en un callejón sin salida cada vez que necesite dilucidar una cuestión lingüística relacionada con la compatibilidad semántica, porque lo que significan las palabras es una realidad ajena a la lógica, es una realidad sólo presente a la conciencia del hablante, y, hasta donde llega mi saber, la inteligencia artificial carece de conciencia.

 

Puesto que la conciencia es una facultad que parece exclusiva del cerebro humano, tengo oído que los promotores de la inteligencia artificial están ahora fijándose de la estructura de éste, a ver si así consiguen artilugios que adquieran por sí mismos conciencia. En pocas palabras, el cerebro se puede describir como una tupida y complejísima red de neuronas interconectadas entre sí, red en la que ciertas regiones actúan como nodos principales, por los que circula prioritariamente la información atinente a determinadas actividades cognitivas, lo que en teoría de redes se denomina fenómeno de mundo pequeño. Todo esto lo hemos descubierto gracias a que las técnicas no invasivas de estudio del funcionamiento del encéfalo han permitido afinar mucho la cartografía de la corteza cerebral y, por esto, hoy la neurociencia es una disciplina en auge. Tras sus pasos, los informáticos quieren reproducir tales redes neuronales de manera artificial.

A pesar de tanto avance, me parece que ni siquiera los neurocientíficos son capaces de descubrir la vía que lleva de la fisiología del sistema nervioso a la emergencia de la manifestación extra física que llamamos conciencia, puesto que la liberación de neurotransmisores no es sin más la percepción del mundo por parte del sujeto. Concluyo de esto que tampoco esta tentativa va a lograr que la conciencia, sea de la inteligencia natural, sea de la inteligencia artificial, termine por mostrarse como un hecho objetivo, manipulable y reproducible.

 

Tengo la impresión de que aquí nos hemos encontrado con uno de los límites de la ciencia. Estimo que, aunque el orgullo nos haga pensar que algún día lo sabremos todo de la naturaleza, en especial, de la naturaleza humana, y que este conocimiento absoluto nos convertirá en dueños de nuestro destino, existen cosas que se nos escapan, realidades que ni siquiera somos capaces de comprender cabalmente, como qué es la conciencia. Claro que esta impresión mía puede ser causada por mi propia obnubilación, ya que reconozco que todavía, en estos tiempos de escasez y pobreza generalizada, los científicos y los que les suministran fondos para sus investigaciones continúan gastando recursos y energía en avizorar los confines del universo, desentrañar la estructura última de la materia e incluso planean viajes tripulados a lejanos mundos, con la esperanza –supongo– de aumentar el conocimiento.

 

Por suerte para mí, pertenezco a la promoción 64, en que abundan científicos, informáticos, ingenieros y hasta filósofos. Quizás alguno de vosotros pueda proporcionarme una visión más acertada de lo que hay, en particular de la conciencia, y de la inteligencia artificial. Espero vuestras contribuciones.

 En León, a 29 de junio de 2013.
 
 
Dado que José Enrique hace referencia a la siguiente imagen en su comentario-respuesta a Kurt, me permito publicarlo a continuación para ilustrar sus palabras. Lamentablemente, la herramienta de edición del blog no permite la inclusión de imágenes en los comentarios. Vicente Ramos.
 
 

 

13 comentarios:

  1. Acabo de preparar una pequeña contribución, tratando de contestar a Enrique. Allá va...
    Pienso que hay un mundo físico y un mundo mental; el reto es entender el segundo con las herramientas del primero. ¿Es posible? Muy difícil.
    ¿Qué lo que forma parte del mundo físico? Pues todo lo que sea predecible y calculable.
    ¿Qué es lo que pertenece al mundo mental? Pues fundamentalmente la consciencia y sus características o cualidades fundamentales: la emoción, la estética, la creatividad, la inspiración y el arte.- Dentro de éstas y muy relacionadas con ellas, hay otras cualidades muy propias de la consciencia, como podrían ser el sentido del humor, la bondad, el sacrificio y todas las cualidades positivas que nos enseña la religión o la filosofía positiva, por poner un ejemplo. ¿Es imposible o impensable que estas cualidades emerjan como resultado de un tipo correcto de actividad computacional? Si el cerebro al fin y a la postre funciona como un ordenador –y pienso que es así- no debiera ser del todo imposible; la pregunta es entonces si se logrará en algún momento del futuro.
    Es difícil definir la consciencia, pero se podría decir que existen tres tipos: en los extremos, las manifestaciones pasivas de la consciencia (el conocimiento) y las activas (libre albedrío y acciones voluntarias y conscientes), y en el medio, la comprensión y la intuición directa. Tampoco es fácil definir la inteligencia (nos seguimos emperrando en medirla con métodos aproximados y relativos) y no somos capaces ni de definirla en toda su amplitud. Lo que sí hay son relaciones entre ellas: la inteligencia requiere comprensión y ésta a su vez requiere que exista conocimiento.
    Pregunta: ¿existe algún factor en la actividad física del cerebro que esté más allá de la computación?
    Para eso, hay que entender cómo “funciona” el cerebro; de forma simplificada, a base de neuronas que a su vez tienen terminales (axones) entre los que se produce las sinapsis. Éstas son las uniones donde las señales se transfieren desde cada neurona a (principalmente) otras neuronas por medio de sustancias químicas llamadas neurotransmisores. La intensidad de la sinapsis es su nivel de fiabilidad. Si tuviéramos algún tipo de regla probabilista-computacional que nos diga cómo cambian estas intensidades, entonces podríamos simular la acción del sistema de neuronas y sinapsis mediante un ordenador.
    Entre la espina dentrítica y la dentrita en sí existe una red de microtúbulos (pequeños tubos hechos de proteínas llamadas tubulinas). Las proteínas de tubulina parecen tener (al menos) dos estados, o conformaciones, diferentes, y pueden cambiar de una conformación a la otra. Los microtúbulos pueden comportarse como autómatas celulares y a lo largo de ellos pueden ser enviadas señales complicadas. Consideremos las dos conformaciones diferentes de cada tubulina como algo que representa los «0» y los «1» de un ordenador digital; así, un único microtúbulo podría por sí solo comportarse como un ordenador.
    Muy bien pudiera ocurrir que, dentro de los tubos, se produzca algún tipo de actividad cuántica coherente a gran escala, algo parecido a un superconductor. El comportamiento de autómata celular estaría en sí mismo sometido a superposición cuántica.
    Dicho de otra forma, hay actividades de tipo indeterminista (cuántica) que podrían regularse de forma “computacional +”; de ahí a la intuición y a la irracionalidad dentro de lo racional ya hay poco trecho. Y de ahí a las cualidades de la consciencia tampoco demasiado.
    O simplificando todavía más: el día en que dispongamos de un ordenador cuántico, estaremos más cerca de rizar el rizo y ser capaces de regir la consciencia de forma computacional con algún “ingrediente” adicional. ¿Será posible? No lo sé, pero no es impensable…

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  2. Agradezco tu comentario y yo, a mi vez, te lo comento. En primer lugar, separas los dos mundos, el físico y el mental, y afirmas que es muy difícil entender el segundo con las herramientas del primero; sin embargo, a continuación haces un esfuerzo por avanzar por este tan difícil camino y planteas que acaso un ordenador cuántico, que se acerque más a lo que es el funcionamiento de las neuronas, nos permita "regir la consciencia". Creo que a pesar de todo, sigue en pie el problema de si es reducible el orden mental al orden físico, pues dicho ordenador ¿conseguirá espontáneamente ser consciente de lo que hace y del mundo que le rodea? John Searle publicó en 1990 su ya famoso experimento mental de la "sala china", en que compara a un ordenador con una sala en que una persona que no sabe chino recibe mensajes en este idioma y los responde con otros mensajes asimismo escritos en ideogramas chinos gracias a un manual del que dispone, pero sin enterarse en absoluto de lo que recibe ni de lo que envía, porque el uso de la sintaxis no implica el dominio de los significados. Entonces, ni siquiera un ordenador cuántico entendería el chino.
    Otra cosa sería si realmente logramos algún día desvelar cómo el funcionamiento puramente fisiológico de la corteza cerebral se convierte en conciencia; a esto deberían responder los neurocientíficos. Puede que, en efecto, haya una continuidad entre la materia y el espíritu, e incluso puede que, descubierta esta continuidad, sea reproducible artificialmente y construyamos el ciberneto perfecto, como a ti te gustaría; pero también puede que de hecho existan dos órdenes de realidad que no cabe mezclar, aunque sin duda se da una interdependencia entre ambos.
    No tenía intención de inmiscuir a Dios en este tema, pero quizás sea una buena idea ilustrar estos párrafos con la viñeta que me ha mandado Vicente Ramos, en que aparece el Ser Supremo riéndose de los esfuerzos intelectuales de los hombres por explicar la realidad. Lo probable es que "haya algo más, Horacio, en cielo y tierra de lo que sueña tu filosofía", como dijo Hamlet.

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    1. Gracias, Jose Enrique. Verdaderamente, este tema se presta a debate; yo no aseguro que las emociones de la conciencia humana puedan ser mañana logradas por medios computacionales ni digo que me gustara, sino que sencillamente no lo descarto de forma absoluta y que no lo veo como un límite a la ciencia, a la que le queda, sin ambargo, mucho, muchísimo camino por recorrer para poder siquiera soñar en llegar ahí. Lo del ordenador cuántico no es más que un ejemplo de un simple escalón en ése camino, escalón que nos introduciría en ese terreno tan "indeterminado" como es la física cuántica, que nos lleva a tener que entender que nuestro mundo es mucho más probabilístico y complejo de lo que creíamos no hace mucho, lo mismo que lo son las emociones humanas. Y de ahí, solamente hay que extrapolar... ¿Que cuál es el límite? Pues no lo sé ni me lo puedo imaginar. Por eso tampoco lo puedo descartar.
      Tampoco quiero mezclar a Dios en este tema, pero ya que lo has mencionado, hemos recibido de Él un regalo precioso, nuestro intelecto, del que nos da vía libre para su uso, con tal que sea con buen fin, cosa que no siempre hacemos, lamentablemente. Tampoco creo que tenga miedo de que nos subamos a sus Barbas; estaríamos todavía muchísimo más lejos de conseguirlo ni creo que debamos pretenderlo siquiera, por lo que no me extraña que se sonría del que así lo hiciera...
      Un abrazo, Kurt

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    2. Reproducir la conciencia humana seguramente es imposible, aunque sólo sea por la complejidad del cerebro, pero como desideratum lo tienen quienes se dedican a la inteligencia artificial. En cuanto al mundo cuántico, en que pondrías aquel ordenador dotado de consciencia, en efecto, resulta una interpretación de la naturaleza que incorpora a ésta la indeterminación, que precisamente es lo que hasta ahora marcaba la diferencia entre el determinado orden físico y el orden moral, en el que tomamos decisiones y adquirimos responsabilidades, se supone que en uso de nuestro libre albedrío. Sería interesante asistir al nacimiento del primer replicante cuántico, acontecimiento que, empero, sí parece un subirse a las barbas de Dios, aunque tal empeño creo que no es para nuestra generación, ni para la próxima.
      A pesar de todo, sigo viendo aquí un doble límite para la ciencia, en primer lugar, porque el funcionamiento de la maraña cortical, una consecuencia del fenómeno de la vida, es demasiado complicado para que el arte lo copie fielmente, y, en segundo lugar, porque sospecho que la conciencia es un hecho emergente de la naturaleza, un ente cualitativamente distinto a la materia del que no podemos descubrir su última causa. Claro que tampoco sabemos en qué consiste esencialmente la fuerza de atracción gravitatoria y, sin embargo, utilizamos las leyes de Newton para enviar cohetes a la Luna; por eso, sigo esperando a que la gente preparada que hay en la promoción nos ayude a aclarar las cosas, participando en este debate que, hasta el momento, sólo nos ha tenido a nosotros dos como protagonistas.
      A ti, especialmente gracias.

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    3. La pregunta del millón podría ser: ¿Se compone el cerebro de algo más que de redes neuronales y sus conexiones correspondientes, para simplificar? Yo creo que no; el cerebro del hombre ha evolucionado y ha llegado a donde está "por méritos propios". Y algún día, probablemente muy lejano todavía, será reproducible.
      En mi artículo que está en la sección de "nuestras películas" planteo y explico en tono humorístico que el enamoramiento, paradigma de emoción humana, es un fenómeno físico-quimico que, "debidamente" controlado y organizado, podría tener una repercusión brutal en la sociedad humana.¡Enamoramiento a la carta! Y esto es posible y prácticamente al alcance de la ciencia actual. Lo que es más difícil de controlar son nuestras reacciones emocionales sin fundamento lógico, como por ejemplo sacrificarse para salvar a un hijo al que se ama. Me puedo llegar a imaginar a un robot enamorándose, pero suicidarse por amor de forma autónoma lo veo más difícil... pero tampoco impensable. Evidentemente, esto es sólo un ejemplo ilustrativo de lo que quiero decir.
      Las Leyes de Newton han sido superadas por las de la Relatividad y la Física Cuántica, no porque aquéllas sean equivocadas, sino porque constituyen una primera aproximación. En cuanto al gravitón como responsable de la gravedad (no es más que un bosón de spin +2), todavía ni se ha podido probar su existencia y encima está en pugna con la mecánica cuántica. Sin embargo la Teoría de Cuerdas, puente de unión entre Física Cuántica y Relatividad introduciendo 11 dimensiones en lugar de las 3+1 a las que estamos habituados, no solamente no lo rechaza sino que lo requiere (matemáticamente, claro)y además podría constituír la interconexión con universos distintos al nuestro y en dimensiones distintas. Lo malo es que esto no está probado todavía a nivel experimental y, en consecuencia, sigue siendo una mera teoría.
      ¿Cuál es el límite de la Ciencia? ¿No habrá que preguntarse primero si hay una Ciencia diferente y que trasciende a la que comprendemos en nuestro reducido mundo tridimensional, que a lo mejor ni siquiera es tal realmente? Lo que está pasando es que a medida que sabemos más, nos damos cuenta que todavía nos queda mucho más por saber, razón por la cual no pongo límites a nada.
      Bueno, cierro el debate -momentáneamente al menos- y dejo sitio a otro... ¡animáos!

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    4. Indudablemente, conocemos con bastante detalle lo que podemos llamar la base orgánica de la conciencia, de la que forma parte no sólo el sistema nervioso, sino también el sistema endocrino, y, desde luego, como expones en tu artículo sobre Natalie Wood, resulta que el enamoramiento no es simplemente una experiencia mística, ya que precisa de descargas hormonales y de neurotransmisores específicos, pero la conciencia y las decisiones humanas no son reducibles a su base material, puesto que tienen lugar en otra dimensión, la dimensión espiritual. La inteligencia artificial, en concreto, pretende diseñar programas que remeden algunas funciones espirituales, como el raciocinio deductivo, sin recurrir para ello ni a la física ni a la química, lo que me hace pensar que, en efecto, cosas como la lógica están más allá de la pura materia. Aquí, en la reproducción de lo estrictamente mental, es en donde encuentro los límites para la ciencia, aunque te concedo que, al menos hipotéticamente, una perfecta reproducción por procedimientos industriales de la base orgánica podría hacer que algún día emergiese espontáneamente una conciencia artificial.
      Que la conciencia del individuo resulte susceptible de ser manipulada por medio de drogas o por medio de sofisticadas técnicas de persuasión no es óbice para que aquélla constituya en sí una realidad trascendente.

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    5. Como veo que nadie se anima, voy a ser provocativo.

      No creo que la conciencia o el proceso de toma de decisiones esté en otra dimensión, por mucho que defienda (teóricamente) la existencia de otras dimensiones que no vemos, lo que puede dar lugar a postulados muy atrevidos (¿vamos al morirnos a otra dimensión?, por ejemplo). Me parece que es crear algo imaginario a partir de algo también que no entendemos, sencillamente.

      Por otra parte, es curioso que, matemáticamente, los números complejos constituyan la herramienta para manejar la mecánica cuántica e incluso el concepto de tiempos/números imaginarios (i) frente a tiempos/números reales, creando infinidad de posibles historias o posibilidad de “infinitas” decisiones, siendo posible por lo tanto establecer teóricamente una optimización del proceso de toma de decisiones, que es al fin y al cabo lo que hacemos cotidianamente. O sea, se podría reproducir computacionalmente un proceso selectivo de conciencia o de toma de decisiones, siguiendo con tu ejemplo.

      Técnicamente, no entiendo qué es una dimensión espiritual ni que la conciencia constituya en sí una realidad trascendente, como mencionas. Creo que la mente humana es capaz de evolucionar por sí sola, retroalimentarse y aprender de sí misma. Teóricamente, no veo que haya que postular que existen límites en este proceso.

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    6. La mecánica cuántica es un autentico constructo ideal, pues de ningún modo se corresponde con lo que ingenuamente entendemos como mundo real, en donde no parece posible –a nivel macroscópico, por supuesto– que se produzca una superposición de estados cuánticos y el gato de Schrödinger esté a la vez vivo y muerto; por lo tanto, esta mecánica no nos ofrece el conocimiento de la realidad en sí, si es que ésta ha de corresponderse con nuestra experiencia, sino que únicamente es una teoría que ayuda a explicar mejor ciertos hechos de difícil explicación desde las leyes de Newton (que también constituyen, por cierto, otro constructo ideal), aunque al precio de hablar de causas incomprensibles para el entendimiento común. Luego la mecánica cuántica no es del mundo físico, sino una aproximación intelectual a éste.
      Lo mismo se puede decir de los números complejos, de los números reales y hasta de los números naturales, y de la matemática en su conjunto: son entes ideales, que conocemos a través de la sola inteligencia, pues en la naturaleza no existen ni unos ni doses captables por los sentidos. He aquí, por tanto, la dimensión espiritual, o ideal, de la realidad, aquello que, no siendo material, sin embargo nos afecta, y a esta dimensión pertenecen igualmente otras cosas, la emoción estética que te produce la lectura de un poema, por ejemplo.
      En tanto en cuanto estos asuntos del espíritu se sitúan más allá del mundo físico, podemos decir que son trascendentes. Descartes añadiría que son la prueba de que lo primero en el orden del conocer es el pensamiento del yo, más evidente que el pensamiento de Dios o de la naturaleza. Siguiendo por la vía cartesiana del razonamiento, concluiríamos que, en efecto, el yo, el alma o espíritu, es independiente de lo material e incluso previo a ello, interesante conclusión que nos lleva a plantear la existencia de la sustancia anímica, capaz de sobrevivir al cuerpo.
      La anterior conclusión daría pie a otro debate, al que invitaría, además de los científicos y filósofos de la promoción, a los teólogos que en ella hubiere. No obstante, te concedo que tantas ideas y emociones tienen una base biológica, la fisiología del cerebro, ya que, hasta donde sabemos, sin un cerebro, ¿fruto de la evolución?, no habría pensamiento, ni, por ende, mundo espiritual.
      En cuanto a los límites de la ciencia, sólo mencionaré que aspiramos al conocimiento absoluto, pero este mismo conocimiento nos demuestra que hay barreras infranqueables, ni siquiera estamos seguros de que existan otras dimensiones y, por eso, recurrimos a la imaginación, como tú dices, pero sin certeza alguna.
      Gracias por tus comentarios.

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    7. Gracias a tí por continuar.
      Con ánimo de simplificar, hay muchas cosas demostrables matemáticamente (por ejemplo, mediante un modelo), pero eso no quiere decir que se corresponda con la realidad. Por ejemplo, la mecánica cuántica está comprobada, pero le Tª de Cuerdas sigue siendo una teoría sin más, pese a los años a los que se le sigue dando vueltas. La mecánica de Newton es solamente una primera aproximación, como ya dije antes. Incluso con la primera solamente, ya nos hace dudar sobre qué y cómo es la realidad y cuál es su ámbito, cada vez mayor y menos capturable.
      Si admitimos esto, igualmente podremos admitir a nivel de teoría esa dimensión espiritual que presentas, pero seguimos estando en el mundo de las especulaciones y las teorías, y ésta no tiene ni siquiera un respaldo matemático. Según esto, ancha es Castilla, pero que muy muy ancha y no nos lleva más lejos.
      Por lo del conocimiento absoluto y que aspiramos a tenerlo, discrepo: creo que el proceso es divergente: cuanto más sabemos, nos damos cuenta que más nos queda por saber. Y sigo sin ver la demostracióin de que hay barreras infranqueables...

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    8. La característica distintiva de una teoría científica es, según Popper, su falsabilidad, lo que quiere decir que tiene que ser susceptible de comprobar que se corresponde con el fenómeno a explicar y, por eso mismo, puede eventualmente ser demostrada su falsedad, porque un experimento posterior ponga de manifiesto que efectivamente en algún caso no se cumple la teoría y, en consecuencia, debe ser abandonada como modelo científico. Si una teoría no es falsable,es decir,no comprobable recurriendo a la experiencia, no es científica "sensu stricto", puede ser un mito, una exposición filosófica o cualquier otra cosa. Las teorías científicas más importantes de la ciencia contemporánea están escritas en términos matemáticos, lo que facilita su falsabilidad.
      Precisamente por ser falsable, la ciencia no pretende encontrar toda la verdad, sino que los científicos se conforman con manejarse provisionalmente con aquellas teorías que hasta el momento han funcionado y no tienen dificultad en abandonarlas cuando encuentran otra teoría más exacta. De hecho, esta falsabilidad es en sí una barrera para el conocimiento absoluto, mientras nos ciñamos al ámbito científico, y otra barrera –no exclusivamente científica– la has descubierto tú mismo, que cuanto más sabemos, más cuenta nos damos de lo que nos queda por saber. Ya decía Sócrates que sólo sabía que nada sabía, y, muchos siglos después, Kant criticó el afán de conocimiento absoluto aduciendo que, cuando buscamos lo incondicionado (lo absoluto), salimos subrepticiamente de la experiencia y formulamos enunciados que, por no estar fundados en la experiencia, carecen de sentido y no nos enseñan nada.
      A pesar de Kant, los seres humanos se empeñan en continuar con la búsqueda del saber absoluto y eso da trabajo a los filósofos, que se atreven a hablar de lo trascendente, aunque, eso sí, sin la pretensión de demostrar fehacientemente sus tesis. Yo me atrevo a hablar de la conciencia y de la dimensión espiritual del hombre por dos motivos, el primero, porque constato que la ciencia, la ciencia empírica, no es capaz de dar total cuenta de esto y, segundo, porque la percepción de cómo funciona mi mente y, por analogía, las mentes de mis semejantes me hace intuir que me hallo ante una realidad que no es reducible a parámetros científicos, pero que no por eso deja de existir, pues no cabe negar la influencia que tiene en la vida de los individuos y de la sociedad, ¿no hay quien está dispuesto a morir por la patria?, y ¿qué es la patria? un constructo ideal, nada que se pueda señalar con el dedo.

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    9. Ahí queda eso... muchas gracias, José Enrique.

      Contestaré en clave de humor (perdón!):

      --> "Pienso, luego existo...y no soy una máquina" queda más actual, (por si acaso)

      --> Patria es un término relativo, aunque no tenga nada que ver con la Relatividad, claro... ¿Y por qué? Pues porque puedo elegir entre: mi casa, mi calle, mi pueblo, mi región (entiéndase Autonomía), mi país (ya no hay quien lo entienda), mi continente (¿no somos europeos?), mi planeta, mi sistema planetario, mi galaxia o mi Universo (pues hay muchos). Ya sabéis el chiste de un sastre madrileño para diferenciarse de otros aparecidos en su calle: cartel publicitario del sastre 1: "soy el mejor sastre de Madrid"; cartel del sastre 2: "soy el mejor sastre de España"; cartel del sastre 3: "soy el mejor sastre del mundo" y cartel del sastre 4 (desesperado): "soy el mejor sastre de esta calle"... ¿qué es pues lo más importante?
      Y no acaba ahí la cosa: ¿es la Patria aquello en lo que hemos nacido o de "lo" que sentimos que pertenecemos? Precisamente, ése es mi caso. Elijo España, pero podría haber elegido al revés. De forma que en lo de la Patria, parece que hay que contar con demasiadas variables, y alguna volitiva o hasta veleidosa o lábil.

      Entiendo que alguien quiera morir por la Patria en circunstancias poco habituales, pero en tal caso sería por unos ideales asociados a la misma. Otra cosa está claro que sería una tontería...

      Un abrazo y perdón por salirme por la tangente, pero es que me temo que los que nos lean ya van a empezar a aburrirse... ¿es que nadie quiere guerra?

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  3. Los ideales o, mejor, valores que nos llevan a determina cuál es nuestra patria tampoco forman parte del mundo físico y, por lo tanto, no pueden ser explicados por la mecánica cuántica; así que nos encontramos otra vez ante la conciencia, en este caso, la conciencia moral de cada uno.

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  4. Estoy de acuerdo,no necesita tampoco ser explicado por el mundo físico, pero eso no quiere decir que no pueda ser reproducible computacionalmente en un futuro muy lejano como parte del proceso mental que lleve a ello.

    Por otra parte, los valores morales son parte del libre albedrío de elección de cada persona, partiendo de un proceso racional y de educación previos; de ahí se forma la conciencia moral de cada uno. El problema es cuando llevados por otras pasiones menos racionales nos empeñamos como humanos en negar o cortocircuitar este proceso; ¿te imaginas que esto se pudiera evitar? Pues llegaríamos a otro debate relativo a la libertad de la conciencia humana frente a un potencial proceso "inmoral" y al clásico debate de si el "fin justifica los medios"

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